• La Verdad del Sureste |
  • Martes 16 de Abril de 2024

Control de la información y dominio del mercado


Abel Pérez Zamorano * Doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics, integrante del Sistema Nacional de Investigadores. Profesor, investigador y Director de la División de Ciencias  Económico Administrativas de la UACH

Información es poder, dice la sabiduría popular, y realmente lo es; quien dispone de ella en la medida necesaria, oportuna y precisa, está en mejores condiciones para tomar decisiones acertadas que quien desconoce su realidad o tan solo tiene de ella atisbos o sombras vagas. En los mercados, quien tiene información de buena calidad sobre los bienes, su verdadera capacidad de satisfacer necesidades, su composición, estructura, durabilidad, valor real, etc., sabe lo que está adquiriendo, realizará transacciones más apegadas al valor de las cosas y reducirá el riesgo de ser engañado. Sobre el punto, la teoría económica moderna ha establecido un supuesto fundamental: los “agentes económicos”, compradores y vendedores, poseen información perfecta, un conocimiento exhaustivo no sólo del bien o servicio, sino de su valor y las implicaciones futuras de toda decisión, situación que permite a todos valorar y decidir con perfecta racionalidad qué comprar y en cuánto pagar; este supuesto, sin embargo, es falso, por lo que la competencia perfecta que lo presupone no pasa de ser un modelo ideal.
    Ni todo mundo sabe lo mismo ni todo conocimiento es igualmente valioso para tomar decisiones; no sólo se requiere tener mucha información, sino de buena calidad y pertinente, pues la hay de primera clase, privilegiada, aquella que permite aprovechar mejor las oportunidades, incluso adelantándose a los acontecimientos, para vender o comprar mercancías, acciones, bonos o divisas; por ejemplo, es muy provechoso saber con suficiente antelación dónde se construirán obras de infraestructura que elevarán el precio de los terrenos circundantes; saber a tiempo de una devaluación deja pingües ganancias, como se vio en la crisis de diciembre de 1994 y como ha mostrado George Soros con sus célebres especulaciones. Por eso, Ignacio Ramonet ha dicho que la información es ante todo una mercancía. Y así también hay información filtrada y arreglada, como la que ofrece la televisión al gran público para darle la sensación de que “sabe lo que pasa”, cuando sólo se trata de vulgar manejo, formación de opinión y refritos de cosas bien sabidas, como las recomendaciones de los comentaristas de finanzas en los noticieros; ésa es información inútil para tomar decisiones de trascendencia, y más bien induce al hombre común a actuar en beneficio del gran capital. Así, de una buena o mala información depende el éxito o el fracaso, la ganancia o la pérdida; pero aislada es de poca utilidad: deben ensamblarse todas sus partes como un todo, como piezas de un rompecabezas, para que adquieran sentido; al respecto, Umberto Eco ha dicho que una información es valiosa sólo si se la relaciona con otra.
    El hecho en cuestión es tan importante que ha dado origen a una especialidad científica: la Economía de la información, objeto de atención de investigadores como Joseph Stiglitz, galardonado en el año 2001 con el premio Nobel precisamente por su teoría sobre las asimetrías en la información, donde echa por tierra la falaz idea de que todos disponemos de información perfecta, y afirma, en cambio, que compradores y vendedores no conocen lo mismo sobre el bien objeto de transacción, y quienes saben más, llevan ventaja y la usan para obtener ganancia extra. Y así ocurre en realidad. Si en la bolsa de valores, por ejemplo, todos los compradores o vendedores de acciones tuvieran idéntica información, a la larga compensarían sus ganancias o pérdidas, pero hay quienes conocen más, por ejemplo, que los ingenuos que mediante un golpe de suerte esperan hacerse ricos de la noche a la mañana, y a la postre resultan desplumados. Tales asimetrías originan precios distorsionados, pues cada parte valora en diferente medida el mismo bien, según lo que de él conozca. Junto con Stiglitz, y por estudiar el mismo tema, fue premiado también George Akerlof, autor del célebre artículo The Market for Lemons, sobre el mercado de carros usados, escrito en 1970.  En estas condiciones, el consumidor no puede elegir con pleno conocimiento lo que compra, por lo que termina pagando por encima de su valor real y perdiendo en la transacción; desconoce características de los bienes, como los vicios ocultos de casas y edificios, defectos en aparatos de cómputo, componentes tóxicos de los alimentos, etc. En los casinos, la casa siempre sabe más que el jugador, por eso, en el largo plazo, aquélla nunca pierde; si el juego fuera totalmente al azar, esas empresas perderían su capital y carecerían de sentido pues fácilmente cualquiera las desfalcaría. Así pues, la asimetría permite un trato ventajoso para los verdaderamente informados a costa de los no informados, y contradice la supuesta soberanía del consumidor.  Para mayor concreción, quienes disponen de la mejor información son los dueños del poder, económico y político; de ello obtienen más poder, que luego produce más información, y así sucesivamente, en una espiral que se retroalimenta. En cambio quienes pertenecen a los sectores sociales más pobres, que no han ido a la escuela o no tienen tiempo ni dinero para adquirir y leer periódicos, revistas o libros, para viajar y asesorarse, ni formación profesional para interpretar lo que leen o escuchan, ellos resultarán siempre perdedores; recuérdese el estudio que muestra cómo las gasolineras venden menos gasolina que la pagada por el cliente, aprovechando su desconocimiento.
    La teoría de las asimetrías exhibe, pues, una deficiencia estructural del mercado como mecanismo de distribución y asignación de recursos, y muestra cómo éste no funciona con la equidad supuesta. Pero los fundamentalistas no ven en ello un problema mayor, y postulan que aquél funciona normalmente con eficiencia, salvo una que otra distorsión eventual, por lo demás perfectamente corregible. Contrariamente, no sólo la teoría antes referida, sino la realidad cotidiana nos dice que estamos ante un problema sistémico, que la distorsión es normal y que los mercados no funcionan con el orden pretendido según el principio de la “mano invisible”, de Adam Smith, que concibe al mercado como un engranaje armónico, y nos permiten concluir que el mercado es incapaz por sí solo de resolver sus fallas y, que es necesaria una intervención decidida del Estado para establecer orden y alcanzar una distribución de los recursos económica y socialmente eficiente. A esta conclusión se resisten, sin embargo, los gobiernos del mundo capitalista, y se aferran al mercado como único camino.