Las Obras Morales de Plutarco conforman un conjunto de reflexiones sobre cómo conducirse y cómo conducir a los demás, en tanto que las Vidas Paralelas muestran el aterrizaje de esos preceptos en personajes prototípicos. La obra que comento está destinada a un joven que promete una brillante carrera, para no hacerlo olvidar que los gobernantes deben estar sometidos a la soberanía de la ley y la razón. El complemento es una advertencia sobre los males que pueden ocurrir cuando el poder está fundado en la impostura y la simulación.
¿Qué es una buena conducta política? El primer consejo es no aventurarse en la vida pública por la fuerza de los impulsos, sino después de una madura reflexión y la elección de una orientación (paradigma). “Es bajo el signo de la razón (logos) y no desde el deseo de gloria, dinero u honores que la política debe ser conducida para que –como quería Platón- el “Bien en sí”, insumiso a cualquier otro apetito, sea el objetivo de la empresa”.
Plutarco recuerda que los amigos pueden dañarnos y los enemigos ayudarnos, con sólo evitar los extremos: “la lisonja complaciente y la envidia odiosa”. Añade que abstenerse es un arte para quien quiera ser deseado, particularmente para un hombre de Estado y que el “poder temporal no es legítimo si no está colocado bajo el imperio de la humildad espiritual”. Concluye que “los filósofos tienen poco a ganar si devienen reyes pero que los reyes serán más benéficos si devienen filósofos.”
Se subleva frente a los que exhiben la “insoportable levedad” del ser político. Relata que cuando Platón fue llamado a redactar una constitución para las corintios rehusó hacerlo, argumentando la futilidad de “leyes éticas a pueblos prósperos” ya que “nada hay más arrogante e insaciable que el temperamento de los hombres que creen haber tomado posesión del bienestar”. Si éstos “se sometiesen al poder de la razón, reducirían el disfrute de su autoridad y se someterían a obligaciones que los estorbarían”.
“A falta de espíritu” algunos gobernantes “imitan la estatuaria sin arte”. Aparecen “grandes y corpulentos, modelados con las piernas separadas, los brazos extendidos y la cabellera abultada”. Creen que “la gravedad de la voz, la dureza de la mirada y la severidad de las maneras representan la majestad del mando”. No se diferencian de “esas estatuas colosales que al exterior tienen la forma de un héroe o un dios, pero en el interior están llenas de tierra, de piedra y del plomo”.
Salvo que “el peso permite a las estatuas permanecer inmóviles, en tanto los dirigentes sin educación son a menudo tambaleados y derribados”. Añade que “todo gobernante debe adquirir la gobernanza de sí mismo. El que ignora no puede enseñar, el que está en desorden no puede ordenar y el que no está gobernado no puede gobernar”.
¿Quién debe entonces gobernar al gobierno? “Es la ley, mas no la que está escrita en los libros sino la razón que vive dentro, no deja el alma sin dirección y deposita en las ciudades el estandarte de la equidad”. Y luego “en los simples particulares, la ignorancia y la locura son inofensivas, pero en los reyes dan rienda suelta las pasiones, tornan la cólera en matanza y la avaricia en confiscación pública”.
Si México pudiese, a semejanza del mundo griego, reconstruir la polis mediante el saber compartido y la fraternidad comunitaria, recuperaríamos nuestra identidad, autonomía y certeza de trascendencia. Es el voto que formulo para el 2012.