• La Verdad del Sureste |
  • Viernes 29 de Marzo de 2024

Resurgimiento del racismo y la extrema derecha en Estados Unidos


Abel Pérez Zamorano


Doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics, miembro del Sistema Na cional de Investigadores y profesor-investigador en la División de Ciencias Económico- administrativas de la Universidad Autónoma Chapingo.


El 12 de agosto una persona murió y otras nueve resultaron heridas en Charlottesville, Virginia, en un atentado perpetrado por militantes de filiación neonazi.
Esto ocurrió en una protesta de un grupo de extrema derecha contra la remoción de una estatua del general Robert E. Lee, líder de los confederados esclavistas del sur en la guerra de Secesión contra el norte capitalista. Muy criticada, por tibia y tardía (dos días después), fue la respuesta de Donald Trump ante los desmanes de los llamados “supremacistas blancos”; pues además, en una primera declaración criticó por igual a racistas y víctimas.
Pero este incidente no es fortuito: forma parte de un fenómeno social sostenido y de profundas raíces. Según El País, 123 afroamericanos fueron asesinados por policías entre enero y agosto de 2016, y en el año 2015 el número total fue de 258; por lo general, los culpables son exonerados (El País, con información de The Washington Post, 15 de agosto de 2016).
Sobre Charlottesville, la criticada posición de Trump obedece a que, en parte, debe a los racistas su triunfo en las elecciones; y es sabido que varios altos funcionarios de su administración proceden de la extrema derecha; además, es ya proverbial su fobia racista (contra latinos, sobre todo mexicanos, y árabes), y el racismo es un componente característico del fascismo.
Entusiastas apoyadores suyos son grupos de extrema derecha como la Asociación Nacional del Rifle, opuesta a la regulación del mercado de armas, posición que, por cierto, beneficia a la poderosa industria armamentista; también el siniestro Ku Klux Klan, creado por confederados esclavistas en los años inmediatos posteriores a la guerra de Secesión en 1865.
Muchos comentaristas sostienen que el resurgimiento del racismo y el nazismo se ha visto impulsado por la elección de Trump y su discurso de intolerancia, y aunque algo hay de razón, más bien él es consecuencia del ascenso de esa corriente, y ahora ha venido a reforzarla.
Él es solo la versión actual de la extrema derecha que ha caracterizado al imperio hasta hoy, al menos desde que impuso su hegemonía después de la Segunda Guerra. La coincidencia con el nazismo no es novedosa; por ejemplo, con Obama y Hilary Clinton, Estados Unidos (EE. UU.), incubó y apoyó el golpe de Estado contra el presidente ucraniano Yanukóvich, para apretar el cerco de la OTAN sobre Rusia.
Destacan ahí grupos como Bratstvo y Svoboda (el líder de este último ha ocupado el cargo de primer ministro adjunto); también el Partido Nacionalsocialista de Ucrania, cuyo jefe se ha desempeñado como Secretario del Consejo de Seguridad y Defensa (Fuente: Thierry Meyssan, Red Voltaire). Está también el grupo Sector Derecho, abiertamente pronazi (Michel Chossudovsky, RT, 13 mayo de 2014).
Algunas otras referencias: “Veteranos abuchean a un gobernador ucraniano que llamó “libertador” a Hitler” (RT, 10 de mayo de 2014). “En este momento, la OTAN apoya públicamente a las nuevas instituciones ucranianas, que incluyen dirigentes nazis, como el presidente del parlamento.
En vez de tratar de evitarlo, la OTAN organiza el resurgimiento del nazismo” (Manlio Dinucci, Red Voltaire, 18 de junio de 2017). Así pues, pese a su propaganda “liberal” y demócrata, no es de ahora ni una casualidad tal coincidencia esencial; tiene su historia.
Hitler invadió Rusia el 22 de junio de 1941, y EE. UU. retrasó calculadamente la apertura del frente occidental contra Alemania, hasta el seis de junio de 1944, el llamado desembarco de Normandía, pero esto cuando ya la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) había asestado el golpe de muerte al ejército nazi en Stalingrado, en febrero de 1943, y el ejército de Stalin avanzaba hacia Europa; en realidad el frente occidental más bien tuvo el propósito de contener al ejército soviético en su avance hacia Europa.
Tres años completos esperaron EE. UU. y sus aliados europeos, mientras la URSS sufría 27 millones de pérdidas humanas a manos de Alemania; esperaban que Hitler destrozara a la URSS y EE. UU. se alzara con el control del mundo.
La contradicción principal no estaba pues, entre EE. UU. y Hitler, sino entre éste y la URSS; en el fondo, EE. UU. no veía mal la invasión. Continuación de esta profunda coincidencia sería luego el Macartismo, persecución de todo sospechoso de izquierdismo, en EE. UU. entre 1950 y 1956, al más puro estilo de Hitler.
Pero eso no fue todo. Terminando la guerra, científicos nazis fueron atraídos por EE. UU. para utilizarlos en su programa armamentista. Un artículo de Red Voltaire (siete de enero de2005) iniciaba así: “La alianza del Pentágono y los nazis, Operación Paperclip”, refiriéndose a la operación organizada por el estado mayor norteamericano a través de la cual más de mil 500 científicos nazis fueron reclutados y llevados a EE. UU., muchos de ellos con documentos falsos emitidos por dependencias de la inteligencia y la defensa norteamericanas.
Es decir, EE. UU. continuó la ofensiva contra la URSS con científicos especializados en armas químicas, conquista del espacio y cohetes supersónicos leales al Reich. Según el artículo, la tarea “le fue confiada a la Joint Intelligence Objectives Agency (JIOA), que entonces agrupaba a todos los servicios de inteligencia militar de EE. UU.”. La NASA convertiría a varios de ellos en directivos, como a Wernher von Braun en el área espacial. Ellos fueron los creadores del conocido y letal gas sarín, que llevarían consigo a EE. UU.
Pero el resurgimiento actual de grupos racistas y neonazis no es cuestión puramente ideológica, como no lo fue tampoco originalmente en Alemania. Hay circunstancias económicas e históricas determinantes.
El capitalismo sufrió la más devastadora de sus crisis con la Gran Depresión de 1929-1933, y no es fortuito que Hitler ascendiera al poder precisamente en ese último año. Hoy se vive la secuela de otra gran crisis, la de 2008, la segunda más profunda en la historia, de la cual ni EE. UU. ni Europa se han recuperado aún; de ella surgió Trump y se reactivaron los grupos racistas y nazis.
El racismo es la expresión superficial de contradicciones económicas profundas, básicamente del conflicto por la riqueza, que se expresa en racismo.
La economía no crece, no se generan empleos y éstos están mal pagados. La escasez genera disputa y los fuertes se lanzan sobre los débiles, como ha ocurrido de antiguo, pues tanto negros como latinos han sido considerados como seres de segunda por el esclavismo colonizador.
Si hubiera riqueza en abundancia para todos, no habría motivo de conflicto. Si la cobija fuera suficientemente grande cubriría a todos y no habría quién quisiera jalarla; pero siendo pequeña, viene el conflicto y la justificación del derecho que cada cual arguye, aunque éste no sea más que el color de la piel. Y la riqueza escasea cuando una élite la acapara; y para la masa casi no queda nada.
En sus años de bonanza, el imperio podía tener más o menos contenta a la sociedad en su país, conquistar su simpatía y adhesión y lograr un poco más de cohesión nacional; ahora, en cambio, al acumularse desmesuradamente la riqueza, se ha reducido la disponible para el pueblo; esto crispa la situación interna y divide a la sociedad.
En fin, si la crisis económica ocasiona una polarización social y política, a la parte agredida, históricamente agraviada y marginada, solamente le queda, como mecanismo defensivo, adquirir conciencia y organizarse. Si la extrema concentración de la riqueza se revirtiera, habría bienestar para todos, se reduciría el conflicto por el ingreso y las oportunidades y, consecuentemente, la tendencia a ampararse en la pretendida superioridad de una raza, en este caso la anglosajona, para despojar a las otras.