• La Verdad del Sureste |
  • Jueves 25 de Abril de 2024

Trump y la ruptura moral

Cultura política, democracia y valores


Miguel Antonio Rueda de Leon


La moral hace previsibles a las personas. Si alguien es un buen padre de familia será también un buen ciudadano hacia la comunidad y un buen líder político o social. 

    Esa es la lógica que ha primado entre los electores de Estados Unidos durante su larga vida democrática y ha sido la moral un referente clave para elegir a sus gobernantes.
    Esta relación no es causal por cuanto la institución familiar es la base de la comunidad y del Estado, puesto que la institucionalidad es la estandarización de hábitos que hacen previsibles las acciones y evitan una alta conflictividad en la convivencia social. 
    En este contexto, moral e institucionalidad tienen una relación política evidente.
    En la historia política de los Estados Unidos, prometedores personajes han caído en desgracia por escándalos sexuales, mentiras y otros actos inmorales para la estricta ética cristiana que han sido desvelados en épocas electorales. 
    Un país fundado en la libertad y pasión religiosa ha observado en detalle el comportamiento de sus personalidades públicas.
    La destitución de Richard Nixon en 1972 se debió a la comprobación de una mentira en el famoso caso Watergate. 
    En años recientes, el escándalo que estuvo a punto de cobrar la presidencia de Bill Clinton, se desató a partir de la filtración de una relación amorosa entre él y una joven becaria en la Casa Blanca. 
    Aunque el hecho no comprometía ningún asunto de Estado, la estricta moral republicana estuvo a punto de liquidar el mandato del demócrata Clinton.
    La victoria inesperada de Donald Trump parece romper los moldes de la tradicional moral americana. Tres veces casado, denunciado por una decena de mujeres por acoso sexual, supuesto evasor de impuestos y declarado machista no han sido suficientes para impedir su llegada a la Casa Blanca. 
    Acusaciones serias de inmoralidad que hubiesen acabado con cualquier otro no han penetrado la sólida coraza de Trump, que se asienta en su éxito económico, la generación de empleo y su lenguaje directo y franco que rompe con la “corrección política” de los tecnócratas bien educados pero poco confiables que pululan alrededor del poder en Washington. 
    Sin duda que la elección de Trump es el síntoma de una crisis moral provocada por la creciente inequidad económica y social que fragmenta a los Estados Unidos.
    Las dudas sobre la entereza moral del presidente electo generan también una gran incertidumbre sobre sus posibles decisiones. ¿Va a generar una crisis humanitaria con la deportación de millones de trabajadores sin estatus legal? ¿Es probable que se embarque en una aventura militar de consecuencias nefastas para el mundo? ¿Negar el cambio climático puede generar mayor sufrimiento a las poblaciones pobres del mundo que no están preparadas para afrontar este fenómeno?
    El inicio de la era Trump en el país más influyente y poderoso del mundo inaugura una época de incertidumbre global. Nadie sabe con seguridad a dónde conducirán sus decisiones y cuál será el resultado de políticas que no están pensadas en la paz, sino en el poder de una superpotencia con el orgullo herido.