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  • Miércoles 18 de Septiembre de 2024

Jacobo Hurwitz, el espía implicado en intento de magnicidio en México


Ciudad de México (Sputnik).- Jacobo Hurwitz fue periodista, activista y una figura clave para la fundación de partidos comunistas a lo largo de América Latina. Sin embargo, también fue centro de controversia en México por su presunta participación en el atentado contra el presidente Pascual Ortiz Rubio (1930–1932).
Este es el eje central de la novela El espía continental (Ediciones Martínez Roca, 2024), escrita por el periodista peruano Hugo Coya. La obra se adentra en la vida y obra de Hurwitz quien en su andar por Latinoamérica detectó graves problemas en la región y convivió con algunas de las figuras más importantes de la izquierda, sobre todo en suelo mexicano
“Jacobo tenía la capacidad de hablar varios idiomas, de ser un camaleón. Él podía disfrazarse y, de hecho, salía y entraba muchas veces a México para cumplir una serie de misiones [...]. Cuando se dan a conocer algunas de sus labores, la prensa mexicana estalla contra él y uno de los apodos que le colocan es el ‘espía continental’, aunque no lo era”, comenta el autor en una charla para Sputnik.
Fueron justo sus ideas y sus actividades las que lo colocaron en el foco de las pesquisas para averiguar quién había disparado contra Ortiz Rubio el día de su investidura, el 5 de febrero de 1930.
El jefe de Estado fue una de las figuras claves del Maximato (1928-1924), período político donde los mandatarios se ceñían a los preceptos de su antecesor, Plutarco Elías Calles, a quien reconocían como jefe máximo de la Revolución mexicana.
“A Hurwitz lo llevan a la prisión de Islas Marías [en el Pacífico mexicano] y es torturado. El presidente Ortiz Rubio y el general Calles, que era quien en realidad controlaba y tenía las riendas de México, no podían concebir que un solo hombre hubiera intentado asesinar al [mandatario mexicano], que esto tenía que ser un complot internacional. ¿Y quiénes encabezaban presuntamente esto? Los rusos”, destaca Coya.
Para la década de 1930, la Unión Soviética ya tenía un gran peso en el tablero geopolítico mundial y las medidas impulsadas por el líder Iósif Stalin comenzaban a repercutir en otras naciones.
La decisión del Gobierno mexicano de amedrentar al activista peruano se tomó a pesar de que el mismo día del atentado se detuvo a Daniel Flores, quien disparó contra el nuevo mandatario. La razón del ataque fue su simpatía hacia el político opositor José Vasconcelos, derrotado en los comicios generales por Ortiz Rubio, abanderado del Partido Nacional Revolucionario (PNR), que se convertiría en el PRI (Partido Revolucionario Institucional).
El atentado fue el parteaguas hacia el quiebre de la carrera del presidente mexicano. Ortiz Rubio tuvo fuertes secuelas físicas y emocionales, mismas que lo llevaron a renunciar dos años más tarde sin concluir su sexenio.
“La oposición, que cada vez era más voraz [contra Ortiz Rubio], aprovechaba eso para burlarse. Era demasiado para un diplomático acostumbrado a que le rindieran honores. (...) Fuera de eso, Calles le pedía más y más, lo que le generó una disputa entre aceptar todo lo que le [solicitaba] o no. Por ello, su renuncia tiene, por una parte, el aspecto físico [las secuelas], pero también el de dignidad, de decir ‘yo no voy a ser un pelele, un títere de este señor [Calles]’”, detalla el autor de El espía continental.
A pesar de la trayectoria de Hurwitz, su vida y obra es casi desconocida. Al indagar en diversos portales de internet, los registros sobre este personaje son reducidos.
Esto representó un reto para Coya, quien conoció su prolífica carrera a partir de una conversación que tuvo con Ana Hurwitz a propósito de la historia de su tío Ludovico, quien fue un peruano que pasó a la historia al ser la última persona fusilada en la torre de Londres durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), misma que derivó en el libro El último en la torre (Planeta, 2022).
“En medio de la conversación, Anita me dice ‘yo creo que la historia es más interesante’. Mi primera reacción fue de suspicacia como periodista. Todos queremos que nuestros padres sean superhéroes, que hayan hecho o [realicen] cosas extraordinarias. Le dije ‘cuéntame’ y comenzó a mencionar nombres como Frida Kahlo, Diego Rivera, [David Alfaro] Siqueiros, [Augusto] Sandino, [José] Revueltas. [Pregunté] si a todas esas personas las había conocido y dijo que no solo [sabía quiénes eran], sino que estuvo con ellas en varios momentos de su vida”, recuerda el escritor.
Después de ese momento, Ana Hurwitz le mostró fotografías y documentos que avalaban el relato sobre su padre.
“Quedé muy impactado, primero porque desconocía la historia, pero, en segundo lugar, le decía ‘¿y por qué no se ha contado debidamente la historia sobre este peruano?’. Esa es la chispa que conduce a esta investigación que duró aproximadamente cuatro años (...). Fue un hombre extraordinario que tuvo vínculos no solo con la política peruana, sino con la panameña, cubana, mexicana. [Tuvo gran peso] en El Salvador y Nicaragua, con un vínculo muy estrecho e inusual, por ser un país tan distante, con Rusia”, ahonda Coya.
No obstante, el autor considera que, además del testimonio de la hija de Hurwitz, los amigos y personajes que formaron parte de la vida del activista son los que han permitido mantener vivo su legado, pese a que públicamente no es tan popular.
“[Esa es tarea] de los personajes secundarios. ¿Qué sería un director de orquesta sin sus músicos? (...) O de un presidente si no tuviera gobernados, ¿no? Y la virtud de [Hurwitz] era, precisamente, tratar de pasar desapercibido, de alejarse de los radares. Si hubiera estado en la primera línea [del ojo público], su vida habría acabado mucho antes, porque sus misiones eran peligrosas y sus acciones iban en contra del orden establecido, de los sistemas y los gobiernos de ese entonces”, expone.
Influencia continental
Como rescata Coya, la ideología y acciones de Jacobo Hurwitz en Latinoamérica lo ayudaron a sostener relaciones cercanas con los principales dirigentes políticos de izquierda de la región, al igual que con la clase intelectual afín a esta corriente.
Hurwitz formó parte de la huelga inquilinaria panameña (1925), se sumó a las primeras movilizaciones de Julio Antonio Mella, líder estudiantil y fundador de la sección cubana de la Liga Antiimperialista de las Américas, e incluso vivió en la casa de los artistas Kahlo y Rivera, quienes los reciben en la Ciudad de México tras su salida de Cuba.
“Él hablaba varios idiomas. Era un judío peruano, tenía una educación muy sólida y era un poeta.
Había muchos elementos que contribuyeron [a ser bien recibido en la región].