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  • Sábado 26 de Octubre de 2024

El trayecto de Tomás Rivas, fotoperiodista

“Ahora sí me solté, profe”

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Charla de Antonio Solís Calvillo con Tomás Rivas Pérez. (Foto: Aida Cristina Solís)
Vhsa. Tab., 25 de octubre de 2021.- De Tomás Rivas es una de las fotografías más emblemáticas de Andrés Manuel López Obrador. Y no es imagen de ahora en el vértigo de los acontecimientos de Presidencia de la república, ni cuando fue Jefe de gobierno del Distrito Federal, o cuando ganó la presidencia del Comité nacional del PRD. No. Es de 1988 en Nacajuca, cuna de los pueblos originarios, los yokotán. Es donde Obrador va cruzando un pantano fangoso, el pantalón alzado a la rodilla y los zapatos en las manos. Es el inicio del largo y sinuoso trayecto hacia Palacio nacional.
Tomás Rivas Pérez es un fotógrafo que ha crecido de manera profesional viniendo de ese lugar común en la mayoría de los mexicanos, que es la cultura del esfuerzo. Yo lo conocí en el diario La Verdad del Sureste. En esos años de mediados de los noventa,  cuando en Tabasco había una efervescencia política en la que había una pugna entre dos bandos definidos. Uno de ellos,  el del priismo recalcitrante que se había logrado imponer en la elección para gobernador de 1994 con Roberto Madrazo.  El otro bando era el de la oposición liderada por López Obrador y muchos que tenían la esperanza de cambios que alzaran al de abajo, que redimieran al obrero y al campesino.
Amlo empezó como líder desde antes, centrando su trabajo como director del INI en las comunidades indígenas. Pero a partir de la campaña de 1988, allí estaba Tomás Rivas siguiéndolo a todas partes con su cámara fotográfica. Y desde ese mítico y legendario año, ha logrado registrar gran parte de las gráficas correspondientes tanto a López Obrador, como a las protestas sociales en este estado, como los éxodos por la democracia, la toma de pozos petroleros, la  represión a barrenderos y el desalojo de Plaza de armas en 1995, entre muchos movimientos más.
Hijo de padres campesinos, Rivas nació en Ignacio Zaragoza, Tlaxcala, en 1960. Desde los cinco años acompañaba a su padre a trabajar la tierra, donde se cultivaba principalmente tomate, maíz, frijol, habas, cebada. Era de los niños del medio rural que interrumpen su asistencia a la escuela por semanas y meses para ayudar en la siembra o en la cosecha. Cuenta que la jornada de trabajo era extensa de las 5 de la mañana a las 4 de la tarde.
A los 18 años salió de su casa en Tlaxcala para cumplir su destino en Tabasco. Llegó a esta entidad luego que sus hermana mayor, Rocío, se casara y se viniera a radicar acá. Se vino siguiéndola, como casi todos sus hermanos. Solo que él se quedó y la mayoría se regresaron. “Solo nos quedamos acá mi hermana Rocío, mi hermana Carmela y yo”, dice. Su familia era prolífica, como de las de antes, de varios hermanos y hermanas.
Tomás Rivas y yo quedamos en vernos en el café La Antigua, a donde llegó luego de cumplir con una rueda de prensa. Esta vez, del partido Morena, me dice. “Sobre las afiliaciones”, me precisa al preguntarle yo de qué trató. Llegó agitado por su caminar de prisa. Y ya dentro, algo nervioso por hablar, porque dice que es hombre de pocas palabras, aunque sabía que estaba en confianza conmigo, ex compañero del diario La Verdad del Sureste y de alguien que lo admira y reconoce por su labor como reportero gráfico, fotógrafo; como quiera que le llamen es el mismo: sencillo, humilde, con mirada inteligente, cerebro y ojo adiestrado para enfocar desde el mejor ángulo lo que está  frente a él y registrarlo, antes con cámara Minolta, luego y ahora con Nikon, aunque también utiliza el teléfono. “Traen ya buenas cámaras, para lo que se necesita”, dice.
“Es una plática, Tomás”, le digo. “Yo no estoy acostumbrado a platicar con grabadora encendida, pero esta vez lo haré por los datos y precisiones que se requieren”, le aclaré, mientras nos sentábamos y pedíamos el café.
El café La Antigua, tiene varios espacios, siendo el más conocido por estar al paso, el al aire libre, pero también tiene un interior al aire libre en el patio de atrás, y dos partes interiores, uno abajo y otro arriba, rodeadas de pinturas y dibujos. Enciendo la función de grabar de mi teléfono. Y me dispongo a platicar con Tomás Rivas, de quien conozco poco de su vida, pero sé mucho de sus fotografías, que es con lo que mejor se expresa, como todo excelente fotógrafo.
En su llegada a Tabasco su primer trabajo fue vender filtros con la empresa Thurmix, que se dedicaba a vender varias cosas. Pero los hilos del destino para llegar a fotógrafo hizo que conociera a una sobrina de los Aranda, Benjamín y Adán (QEPD), reconocidos fotógrafos de Tabasco. “De niño nunca me imaginé mi futuro; tanto así que casi ni jugábamos”. Ya estando con los Aranda, donde también se quedaba en una casa que rentaban, un día Benjamín le dice: “ya es tiempo que tomes fotografías,  Tomasito”. Y salió con una cámara con un rollo de 12. “Tomé la catedral, que me quedó bien, pero solo me salió una foto de las doce”. 
El negocio fotográfico de los Aranda se dedicaba principalmente a la toma de fotos para escolares. Bodas y quince años no. Solo foto política. El laboratorio lo tenían en las calles Mina y Paseo Tabasco. Luego en la calle Reforma.
Y como Benjamín Aranda trabajaba en el ayuntamiento con el presidente Pascual Bellizia, lo recomendó para entrar a trabajar en palacio municipal, “pero no de fotógrafo, sino de intendente, jornada que empezaba a las 5 de la mañana, para dejar las oficinas limpias, de Tesorería, que era donde estaba asignado”, cuenta emocionado, nostálgico, evocando esos inicios que fueron la base de su trayectoria.
El café la Antigua se ha convertido en un centro cultural de relevancia en Tabasco. Hay música de fondo, piano clásico. Nos acomodamos y pedimos un café que nos despierte más. Me aclara que dejó con una de las meseras un recado para mí, por si se tardaba (algo, unos quince minutos).
Anda en su trabajo que significa trasladarse de un lado a otro, persiguiendo la mejor imagen de la noticia, e hizo un paréntesis para la entrevista. Pero ya estamos listos para la charla interesada en un texto sobre su vida y obra, pincelazos apenas de un trayecto largo y azaroso, donde le ha tocado, a Tomás Rivas, ser el ojo que registró los movimientos del líder AMLO, en la etapa de 1988, cuando, como candidato del Frente Democrático Nacional en la búsqueda de la gubernatura, recorre el todo el estado,  sus rancherías, poblados villas y colonias, que ahora se dice fácil, pero en ese entonces era recibir los epítetos, de “violento”, “comunista”, “quemasantos”, y algo así.
Tomás Rivas es referente de la fotografía política en el estado y a nivel nacional por la repercusión de sus fotos en esas andanzas primeras en la etapa de ascenso de Lopez Obrador desde Tabasco, el sureste del país, abandonado y marginado. Autor de miles de fotografías, muchas de ellas las tiene en negativos, ha tenido varias exposiciones. Antes eran en lugares privados, por el encono que había con todo lo que oliera a oposición, y a partir de 2012, con el triunfo del PRD en Tabasco, ha expuesto en lugares oficiales, como el mismo partido PRD, Conalmex Unesco, Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, entro otros lugares. Además “me publicó el Instituto de Cultura de Tabasco el libro El jardín de las flores, cuando estaba de director Pancho Peralta, que es excelente persona”.
“¿Y cómo iniciaste formalmente ya cómo fotógrafo?”, le pregunto. Él le da un sorbo al café y cuenta: “José Luis Cortés Moreno, (director de Vanguardia), era el fotógrafo de la presidencia municipal. A su salida, acuérdate que yo estaba de intendente, pero ya con la experiencia de trabajar en el laboratorio fotográfico de los hermanos Aranda, Benjamín me sube para que yo sea el fotógrafo oficial. Y a partir de allí, formalmente inicio en lo que siempre me ha gustado, la fotografía política”.
“Cuando viene la campaña del 1988 Aranda me dice que me vaya a tomarle fotos al candidato Obrador. Yo no lo conocía. Eran jornadas de 7 de la mañana hasta las 10, 11 de la noche”. ¿”Las tardes y sábados y domingos?¨, le pregunto. “Noooo. Toda la jornada. De villa en villa, de colonia en colonia. Los que más lo apoyaron fueron los habitantes de los pueblos indígenas de Nacajuca, Tamulté de las Sabanas, San Carlos, Macuspana”. La gente no quería salir. Él traía el megáfono, empezaba hablar, y salían solo algunos a escucharlo. “Yo desde que lo escuché por primera vez me convenció. Lo mismo que quienes lo escuchaban por primera vez, los convencía igual”, cuenta alegre y orgulloso. 
Tabasco es la casa de Tomás Rivas. Aquí tiene su lugar para vivir,  su residencia, su lugar de trabajo, su lugar de anhelos y sueños.”Aquí me casé, hice familia. Tengo tres hijos: Natividad, Pablo y Meraris. Ya soy abuelo. La más chica me hizo abuelo, Meraris. Y nació Santiago”. El rostro de Tomás Rivas se alegra cuando habla de su familia. 
“La foto de la que me hablas la tomé en Nacajuca. No me acuerdo del lugar. Nunca pensé que esa foto fuera a ser tan famosa. (La revista) Proceso me la publicó primero. Ya de allí la agarraron varios. Y hay negativos suficientes de tal manera que algunos la tienen en sus casas. Me tocó también cuando lo golpean en Nacajuca, las fotos de blanco y negro son mías, la de portada de Proceso no. Y me tocó registrar el éxodo del 91, y el desalojo de Plaza de armas”. El 24 de abril del 91 nace la Verdad del Sureste. “Yo no estaba directamente. Estaba en el ICT, pero colaboraba con La Verdad, porque soy fundador también”.
Como fueron sus maestros, le comento de una foto de Benjamín Aranda que fue muy comentada cuando se publicó. Fue tomada desde una parte muy alta, con lente “ojo de pescado” en la Plaza de toros, en la campaña del 94, que se publicó en La Verdad del Sureste a dos planas. Era un escándalo para todos los oficialistas ver cómo La Verdad del Sureste publicaba ese tipo de fotografías, donde se mostraba el liderazgo de López Obrador.  “Al inicio de La Verdad del Sureste nos daban un año de vida. Y aquí estamos aún, va a cumplir 31 años de existencia ya. Y allí sigo yo, firme y leal. Ahorita solo es en edición digital, pero vendrán otros tiempos mejores”, augura esperanzador y entusiasta.
Le pregunto por la foto que le tomaron junto a AMLO en palacio de gobierno. “Él me pidió unas fotos de su familia, de sus hijos, de su esposa Rocío. Y fui a entregárselas personalmente. Platicamos como ocho, diez  minutos, y nos tomaron la foto. Ahora es Presidente de la república y ya no lo vieron quienes lo apoyaron en sus inicios: Alberto, Wilbert, Azarías. Y en su memoria aquí seguimos. La lucha no termina. Acaba uno, pero siguen los demás”.
La nostalgia siempre invade al que anda lejos de su pueblo. Tomás igual iba muy seguido a su pueblo de origen mientras vivía su padre, “ya desde hace como siete años que no voy”, dice evocando esos viajes, y agrega que su madre falleció cuando él tenía como 13, 14 años. Extraña los elotes, las memelas que hacía su madre a lo que acompañaba con un café calientito o con leche, “porque teníamos nuestras vaquitas, que se acabaron al venderlas para tratar de curarla a ella, a mi madre, pero falleció, jovencita, a los 30 años”.
A Tomás le tocó laboralmente la transición tecnológica de las cámaras de rollo con su revelado correspondiente a la fotografía digital. Y ríe al recordar diversos momentos de ese tiempo. “Antes los reporteros se burlaban de nosotros. Llegábamos al periódico. Ellos se metían a escribir y al rato se despedían porque nosotros nos quedábamos a revelar”. Que es un proceso químico para positivar los negativos y luego imprimir. Allí pasaban los fotógrafos horas en la cámara oscura. “Pero ahora es distinto. Ahora ellos siguen llegando a escribir y nosotros les decimos adiós porque solo descargamos las fotos de  la memoria”, dice riéndose.
“No depende de mí”, responde a quienes le preguntan que por qué no se va a México con Obrador. “Él es el presidente de la República. Yo hice mi parte. Puedo decir misión cumplida”. Le comento que algunos le preguntan de buena fe y otros de mala fe, para molestar. Él no se inmuta. Dice que eso lo sabe. Pero que si saliera una propuesta, con gusto se iría. “Al presidente no se le dice que no”, me comenta. Y reímos. “No, pues no”, le digo.
“Yo casi no hablo, profe. Ahora sí me solté”, me dice riendo.