• La Verdad del Sureste |
  • Viernes 26 de Abril de 2024

Urdimbres y texturas

Una tragedia: los jóvenes desarmados emocionalmente


Teresita Bautista Valles


“…yo también naci en el 53, y jamás le tuve miedo a vivir, me subí de un salto en el primer tren, hay que ver, en todo he sido aprendiz, no me pesa lo vivido, me mata la estupidez de enterrar un fin de siglo, distinto del que soñé… ” 

    La  soledad imperante en un joven es el peligro andante de la inconformidad, de la actitud contestataria, del decir a grito pelón que no sabe cómo vivir este siglo. 
    Si los padres en ocasiones no pueden con el habitud, qué posibilidad existe que un joven desarmado emocionalmente sobreviva al embate de un mundo dominado por medios, redes sociales y padres ocupados. Es una víctima latente.
    Recuerdo con mucha ternura a mis compañeros de secundaria, a los de prepa entrañablemente, aún con todo el maletal de males que se “sufrían” en esos tiempos, en la percepción  de cada uno, la escuela era nuestra casa también. Y para ellos al menos un sitio a dónde acudir para olvidar momentáneamente cómo se  siente un adolescente en un mar inmenso de “lo que esperamos de tí”. Era el tiempo de la guerra fría, de la lucha sandinista, de la reminiscencia de los Beatles, de Elvis Presley hinchado y decadente, de Mike Jagger, de la irrupción de David Bowie, y de la bohemia, la música pop y Timbiriche, además de Menudo, Parchís y lo que se sume. Pero también era el tiempo de Joan Manuel Serrat, Leonardo Fabio, Sandro de América, la trova latinoamericana, y el discurso de la izquierda. Era pues de alguna manera un tiempo con manijas de dónde asirse. Además de tener a los padres pendientes, trabajando sí, pero pendiente de los hijos, a la par de la escuela. La palabra depresión no se asociaba a los adolescentes, no de primera intención; se te miraba feo, si decías que estabas triste, esperabas un empujón y ya, sacúdete, sigue. Estaba el barrio, los amigos de la escuela que se reunían para una cascarita en la calle,  regresar a la casa ya entrada la tarde para cenar y terminar la tarea. Eran “muletas” de dónde agarrarse para seguir, como canta Víctor Manuel de San José:  “…siempre encuentras algún listo que sabe lo que hay qué hacer,/ que aprendió todo en los libros,/ que nunca saltó sin red…”  Pues así, el ambiente era otro, alimentado de la emoción de crecer.
    Hoy  se reseña un suceso que sólo –según algunos sociólogos- se presentaba en las grandes urbes, síntoma de las ciudades sin alma. Pero ya vimos que se replicó una conducta que nos da mucho qué pensar, pues el tiroteo -aún no lo proceso ni lingüísticamente, ni en los hechos- que se efectuó en Nuevo León es un triste síntoma de lo que está pasando desde hace mucho tiempo atrás y que no se quiere admitir. Violencia hay, en todos los sentidos. Los programas son muchos, los informes escritos también, pero, ¿y las acciones?
    ¿Puede un informe redactado al calor del cumplimiento de firmas de acuerdos que se ven bonitos en las fotografías de diarios y redes sociales solucionar en la vida real lo que las personas viven cada día? Sí, los lamentos son muchos, las acciones pocas; las declaraciones de “lo siento mucho” y las acciones pocas. Sin contar con el hecho de que el suicidio es la tercera causa de muerte entre los jóvenes, pero antes del suicidio el hecho de aprender a vivir con los nuevos ambientes se sigue presentando como una necesidad que no se atiende. 
    Desde el 2015 lo advertía Rafael Lozano Ascencio, entonces  director del Centro de Investigación en Sistemas de Salud del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP): “En México algunas muertes por enfermedades han bajado, pero las que han aumentado son por suicidios, y ésa es la razón por la que establecí que las muertes en los adolescentes casi todas han bajado, pero los suicidios no”, aseveró el especialista del INSP. (Excelsior) 
    El también ganador a la Medalla al Mérito Sanitario 2015 detalló que incluso esta problemática se ha extendido a los niños de 10 a 14 años, pues en el siglo XXI “los adolescentes están expresándonos que debemos ponerles más atención”. Porque hay más consumo de drogas y alcohol, hay más casos de depresión y desatención, lo cual ha influido en que las cifras de muertes por suicidio no hayan descendido en los últimos 25 años. 
    Desatención, eso mata a los jóvenes. Y la falta de paciencia, de tolerancia, de ayudarles a entender este loco siglo que les tocó vivir. Que la vida no son las redes sociales, que pokemón puede tener muchas vidas, pero en la realidad, no se cazan pokemones, ni se tienen tantas vidas, sólo una; que las redes sociales no son necesariamente la realidad. La pregunta es, ¿ahora qué sigue?