Su vecino Remedios de la Cruz, se dirigía con sorprendente aplomo y franqueza a los distinguidos visitantes, a quienes presumía con dos láminas en ambas manos, el techado impecable, las banquetas recién pintadas, el mobiliario nuevo y el reluciente instrumental médico, adquirido por el Comité de Salud Bienestar (Cosabi), que él, por supuesto, preside. “Dimos prioridad a lo que más se necesitaba tenemos un centro digno”, se ufanó en decir el nativo de Guatacalca mientras desglosaba el destino del presupuesto de La Clínica es Nuestra.
A María Concepción ya se le había quitado el dolor de cabeza con el santo remedio de la presentación. Uno de los logros presumidos por don Remedios llamó poderosamente la atención de todos los presentes. En el trazo de tierra cultivado se abrían paso a la vida, las matas donadas por los propios derechohabientes para crear un huerto medicinal compuesto por albahaca, ruda, oreganón, maguey, sábila e insulina. “Es la farmacia de la vida”, apuntó sabiamente el Gobernador a su distinguido visitante.
Las 4 mil 034 almas que normalmente se atienden en el Centro de Salud estaban en la Unidad Deportiva Benigno Landero Chan, que durante los pasados 310 días se mantuvo desierta, para beneficiarse de la Jornadas de Atención al Pueblo en Territorio, celebrada en el Centro Integrador de Guatacalca. Muchas mujeres, como si llevaran niños en brazos, cargaban matas de guayacán, tinto y macuilí.
Doña Norberta era una de ellas; a sus 60 años de edad y de oficio artesana de tiras bordadas, vino a esta fiesta para inscribirse en el padrón de artesanos y recibir una ayuda para reparar su techo de lámina. “Estos árboles no dan frutos como el banano o la papaya, pero me regalan sombra y me harán feliz los últimos días en el patio de mi casita”, dijo feliz la venerable anciana.
A don Atilano de la Rosa lo sacó de su casa una buena acción: conseguir con el DIF y la Secretaría de Salud una silla de ruedas para su hermana Dominga, quien está postrada en una cama desde que se cayó y quebró la cadera. Su cuñado no podía venir a las Jornadas de Atención porque trabaja en Villahermosa.
Tras rellenar unos documentos, el originario de Tecoluta recibió la silla empaquetada en una caja. “Familia es familia. ¿Te imaginas estar recostado en una cama y no poder moverte ni salir? Gracias a estas Jornadas, mi hermanita podrá asomarse a la puerta y ver la felicidad, y no sólo eso, ella misma se contagiará de esa dicha”, pronosticó dichoso.
Otra pareja que salió de su casa, en la isla Guadalupe, sin imaginar también lo que les esperaba, fue la formada por Yanet Hernández y Lázaro Rodríguez. “Venimos a unos trámites, vivimos a tres kilómetros de Guatacalca y salimos con el propósito de solicitar unos rellenos porque donde vivimos se inunda en tiempos de lluvia. Pero pasando junto al módulo del Registro Civil preguntamos, nada más por no dejar, qué requisitos pedían para casarse”, explicó aún sorprendida Yanet, que acaba de cumplir 29 años.
Su compañero, de 31 primaveras, la rodea con sus brazos y termina de contar la aventura vivida este día: “Teníamos todos los papeles que nos dijeron en el módulo, así que yo regresé a la casa para sacarles copia, y ella me esperó aquí porque en un pestañeo decidimos casarnos. Nadie sabe que nos casaremos: Nuestros hijos están en la escuela y nuestros padres ni siquiera se lo imaginan”.
Yildy Córdoba Ramón, directora general del Registro Civil, repitió dos veces más las palabras solemnes para unir por la eternidad a las almas que se quieren: “Los declaro, marido y mujer”, dijo en el módulo. Don Félix Reyes dio el sí a los 65 años, y doña Andrea Hernández, a los 62 años de edad. La alegría de los Reyes Hernández alcanza ahora a 7 hijos y 5 nietos, en una convivencia de más de 40 años.
El casamiento de Crispín Evangelista y Mónica Cruz, pareja que roza los 30 años y apenas 4 de relación, sí fue planeado: Desde Villahermosa trajeron a la Jornada de Atención al Pueblo en Guatacalca a sus testigos de honor: la maestra de doctrina de ambos, en la iglesia de Dios de la Santidad, en Medellín y Pigua, doña Ofir Sánchez y su esposo. “Queremos formar un matrimonio honorable. Ahora puedo decir con mucho orgullo que Mónica es mi esposa, y ella puede decir lo mismo de mí”, dijeron felices. A don Atilano de la Rosa lo sacó de su casa una buena acción: conseguir con el DIF y la Secretaría de Salud una silla de ruedas para su hermana Dominga, quien está postrada en una cama desde que se cayó y quebró la cadera. Su cuñado no podía venir a las Jornadas de Atención porque trabaja en Villahermosa.
Tras rellenar unos documentos, el originario de Tecoluta recibió la silla empaquetada en una caja. “Familia es familia. ¿Te imaginas estar recostado en una cama y no poder moverte ni salir? Gracias a estas Jornadas, mi hermanita podrá asomarse a la puerta y ver la felicidad, y no sólo eso, ella misma se contagiará de esa dicha”, pronosticó dichoso.