• La Verdad del Sureste |
  • Lunes 02 de Junio de 2025

La mano de Salinas, ensombrece México

Publicado el:


En su libro La Década Perdida, Salinas afirma que en el Gobierno de Ernesto Zedillo, entre 1995 y 1998, se provocó la ruina económica y social más grave desde la Revolución de 1910


Segunda y última parte


Ciudad de México, 27 de diciembre de 2015.- El gabinete zedillista, recién nombrado, no satisface. Por ejemplo, en la Secretaría de Energía está Ignacio Pichardo Pagaza, ex Gobernador del Estado de México, a quien lo envuelve un huracán de acusaciones proveniente de Mario Ruiz Massieu en torno al asesinato de su hermano, Francisco.
Los empresarios pugnaron durante casi seis meses porque Pedro Aspe Armella se quedara a cargo de la Secretaría de Hacienda, y el Presidente electo Ernesto Zedillo Ponce de León cerró a piedra y lodo la puerta a esa posibilidad. Dejó a Jaime Serra Puche. Renunciará 28 días después en medio de la crisis financiera cuyo origen se encuentra para casi todos los observadores en la madrugada del 20 de diciembre.

CARLOS SALINAS: EL AYUNO

Seis minutos antes de las diez de la noche del 2 de marzo de 1995, Carlos Salinas de Gortari llamó al noticiario televisivo Hechos. Producido por Federico Wilkins en la recién privatizada TV Azteca, este espacio informativo se convirtió en el número uno en audiencia, por encima del de Televisa que conducía Jacobo Zabludovsky (Q.E.P.D). Salinas anunció un ayuno para que se dijera la verdad sobre la decisión del 20 de diciembre de 1994 y el asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta.
    Raúl, su hermano, había sido arrestado por la presunta autoría intelectual del asesinato de Francisco Ruiz Massieu (cuñado de ambos) el 28 de febrero anterior. Pero el ex Mandatario dejó claro que su ayuno no era por eso. Lo que deseaba salvar era el honor. El propio.
    Esa fue la primera vez que reapareció. Camisa casual, zapatos de goma, se cobijó en la habitación de una casa en la colonia San Bernabé, en Monterrey, Nuevo León. La vivienda le pertenecía a Rosa Ofelia Coronado Flores, una promotora de Solidaridad, el programa que impulsó como Presidente para aliviar la pobreza.
    Los medios informativos lo siguieron. La cama sobre la que durmió dos veces estaba junto a un buró que sostenía su propia imagen al lado de la dueña de la casa.
    Así se inició una de las carreras más controvertidas fuera del poder mexicano. Quien luchaba en aquel momento por su honor era el político que se sobrepuso a las elecciones más escandalosas en términos de fraude electoral: las de 1988, cuando las autoridades electorales lo beneficiaron sobre Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, candidato del Frente Democrático Nacional, en el episodio que pasó a la Historia como “la caída del sistema” (la maquinaria que contaba los votos se descompuso cuando Manuel Bartlett era Secretario de Gobernación).
    Ayunaba el Presidente que logró firmar el TLCAN después de arduas negociaciones, batallas y constantes disputas. En el interior y exterior. Quien en su Quinto Informe, un año antes, había dicho: “No queremos un cambio que sea a costa de las libertades … Porque entonces el progreso no sería valioso ni respetaría la dignidad de los mexicanos. No queremos un cambio que concentre las oportunidades, sino que incorpore a todos a las tareas de la Nación, y más a los que menos tienen. No queremos un cambio que perjudique nuestro medio ambiente, porque estaríamos sacrificando nuestro propio esfuerzo, estaríamos negando el porvenir a nuestros hijos”.
    Salinas fue un líder. No sólo por ser Presidente; sino por su personalidad, sus promesas, su capacidad discursiva. Pocos días antes de su muerte, Cantinflas, el mimo que interpretó a personajes que se desenvolvían en circunstancias de pobreza, lo alabó frente a cámaras de televisión. Así eran las cosas. Hubo un tiempo en que muchos le creían y celebraban. Cuando apenas tenía un mes en el Gobierno, hizo lo impensable: el 10 de enero de 1989, envió al Ejército a detener al acaudalado líder del Sindicato de Trabajadores de Petróleos Mexicanos (Pemex), Joaquín Hernández Galicia, “La Quina” en su casa de Ciudad Madero, Tamaulipas.
    Avanzado el sexenio, impulsó las grandes transformaciones estructurales que según él, eran ineludibles para que México iniciara el siglo XXI. El Agro, las relaciones Iglesia-Estado, la Educación y el Estado en su conjunto se sometieron a una serie de reformas estructurales. Así, casi de golpe, más del 90 por ciento de las mil 150 empresas del Estado fueron vendidas. Primero los seguros, después las cadenas hoteleras y los medios informativos y al final, la banca. Todo, sin comités anticorrupción.
    La venta de las empresas originó una paradoja descrita en un cable de Wikileaks, fechado en julio de 2008. 10 mexicanos cuyo peculio no era sobresaliente en 1994 han aparecido en la lista de multimillonarios de Forbes a partir de 2008.
    Carlos Slim (Teléfonos de México), Alberto Bailleres (Grupo BAL), Germán Larrea (Grupo México), Ricardo Salinas Pliego (TV Azteca), Jerónimo Arango (ex propietario de Aurrerá, después adquirida por Wal Mart), Issac Saba (Grupo Casa Saba), Roberto Hernández (ex presidente de Banamex), Emilio Azcárraga Jean (Televisa), Alfredo Harp Helú (ex accionista de Banamex) y Lorenzo Zambrano (Cemex) son algunos de los hombres de negocios que en los noventa no tenían las fortunas descomunales de ahora.

En el despacho diplomático se lee:

“Varias dinastías empresariales surgieron en los años de 1990, cuando el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, del PRI, empezó a desmontar la centralizada economía mexicana. Salinas vendió más de mil empresas estatales, que iban de fundidoras a ferrocarriles… Desafortunadamente, en algunos casos, esas privatizaciones llevaron a la creación de monopolios privados, que beneficiaron a algunos empresarios y políticos, mientras dejaban al mexicano promedio fuera”.
    Aquel ayuno no prosperó. Apenas si completó 48 horas. Después, Salinas se fue. Primero a Bronsville, Texas. Luego, a Nueva York. En su destino siguieron Montreal, Canadá. También Irlanda y Cuba.
    Su ruptura con Zedillo la hizo pública en Estados Unidos. Como en los tiempos cuando era Presidente, ofreció una entrevista a The New York Times y bautizó como “el error de diciembre” la decisión tomada la madrugada del 20 de diciembre. Fincó ahí la debacle financiera.
    Cuando cumplió un año de haber dejado la Presidencia, acusó al ex Presidente Luis Echeverría Álvarez de coordinar un movimiento en contra suya. En un comunicado, publicado en todos los medios informativos de México, indicó que el ex Presidente coordinaba a algunos funcionarios para que lo criticaran: Augusto Gómez Villanueva, Porfirio Muñoz Ledo, Ignacio Ovalle y Adolfo Aguilar Zínser.
    En las elecciones presidenciales de 2000, Vicente Fox Quesada, candidato del Partido Acción Nacional, escribió los días de un hecho histórico: ganó las elecciones y derrumbó al PRI, el partido hegemónico. Poco antes de que Fox recibiera el poder de manos de Zedillo, en octubre de 2000, Salinas presentó su libro México, un paso difícil a la modernidad, en el que brindó su versión del convulso 1994.

El ayuno, Salinas lo refirió así:

“–Tu amigo Salinas ya perdió la cabeza, le dijo un periodista colombiano a Gabriel García Márquez cuando en las primeras horas de marzo de 1995 anuncié que realizaría un ayuno. Bueno, pues como él tiene raíces de lucha, sabe que ayunar en una forma de combate– le contestó el escritor. Tres días después la PGR emitió un comunicado oficial donde se aclaraba que yo no había encubierto la investigación sobre la muerte de Donaldo Colosio. Poco después el periodista le comentó al Premio Nobel: ‘¡Tenías razón! Sólo con el ayuno los detuvo’”.
    Con Vicente Fox en la residencia oficial de Los Pinos, Carlos Salinas de Gortari iba y venía del territorio que gobernó. Sin ningún ocultamiento. Hacía política y relaciones sociales. Su rostro estaba tanto en los diarios nacionales como en las revistas del corazón. El 28 de diciembre de 2000 pasó el Año Nuevo en Morelos y en diciembre de 2001, se reunió con Roberto Madrazo quien quería dirigir al PRI.
    Sólo para estar en el bautizo de la hija de Enrique Regules, su amigo, voló de Houston, Texas a Nuevo León, el 11 de diciembre de 2002. Un año después, su hija Cecilia se casó con Alfredo Gatica y en el centro de todo estuvo él, Salinas.
    En 2012, cuando ya era oficial el regreso del PRI a Los Pinos, el ex Presidente presumió: “La sonrisa sólo se me puede quitar con cirugía plástica”. Ya era inminente el fin del exilio. Y así, sonrió en abril de 2013, cuando su hijo Emiliano se casó con la actriz Ludvika Paleta en la Hacienda Tekik de Regil, en Yucatán, propiedad del hombre de negocios, Roberto Hernández.
    Siempre ocurre así. El ex Presidente Carlos Salinas de Gortari aparece y reaparece. Cuando sus visitas han coincidido con temblores de tierra, el hecho no ha pasado inadvertido. El 14 de junio de 2000 mientras él estaba en la tierra mexicana, un terremoto de 6.7 grados ocasionó 17 muertes. El diario Reforma tituló a primera plana: “Carlos Salinas llega en otra visita familiar… y la tierra tiembla otra vez”.
    Presente o no, su influencia en los tomadores de decisiones en México jamás se ha ido desde que dejó de ser Presidente. A través de su persona o la red empresarial, partidista, legislativa o mediática, se percibe la mano del ex Mandatario.
    Eduardo Murueta es experto en Psicología del Poder y dirige la Asociación Mexicana de Alternativas en Psicología (AMAPSI). De las presencias intermitentes de Salinas de Gortari, piensa: “Sirven para que hablemos de él. Si dejara de aparecer, perdería su poder. Con sus estrategias, Salinas ha logrado decir: el autor del México actual aquí está. El gran pensador de los últimos 25 años soy yo”.
    El gabinete del Presidente Enrique Peña Nieto es muestra de su influencia. Los funcionarios envueltos en los escándalos más sonados hasta ahora tienen vínculos con él. El ex Procurador Federal del Consumidor, Humberto Benítez Treviño, destituido después de que su hija enviara agentes del organismo a un restaurante de la colonia Roma de la Ciudad de México, donde le negaron una mesa, fue Procurador General de la República en 1994, último año del salinismo. David Korenfeld, ex director de la Comisión Nacional del Agua (Conagua) integró el despacho jurídico con Alberto Bazbaz en la defensa de Raúl, su hermano. Por otro lado, Claudia Ruiz Massieu –su sobrina- ocupa la Secretaría de Relaciones Exteriores y antes, estuvo en la de Turismo.
    En el tinglado de los negocios, los hermanos de su esposa, Ana Paula Gerard Rivero, están detrás de un complejo de empresas nacionales y extranjeras beneficiarias de multimillonarios contratos de obra del Gobierno federal. Hipólito Gerard Rivero, con Constructora y Edificadora GIA+A, tiene contratos de obra y concesiones carreteras y hospitalarias; su hermano Jerónimo Marcos está al frente de otra empresa que administra fideicomisos que han fondeado, entre otros a Juan Armando Hinojosa Cantú, constructor y financiero de la mansión llamada Casa Blanca, presunta propiedad multimillonaria de Angélica Rivera, esposa del Presidente Enrique Peña Nieto. (Arturo Rodríguez, Revista Proceso, 6 de junio de 2015)
    En diciembre de 2015, ¿aún es importante quitarse la culpa de lo ocurrido el 20 de diciembre de 1994? El abogado Humberto Hernández Hadad, ex cónsul de México en San Antonio, Texas, en 1994, exclama: “Es un capítulo de la historia de México. ¿Cuándo y con qué presidente empezó? Ya no importa tanto.
    Cuándo se inicia la recuperación en firme y sostenida del país, sería la pregunta central”.
    El 6 de noviembre de 2015 en el foro de The Economist, el ex Presidente Carlos Salinas de Gortari se presentó en uno de los auditorios del Hotel Westin en Santa Fe y una vez más, dijo que la responsabilidad de la falta de crecimiento de la economía después de la firma del TLCAN se debió a las malas decisiones tomadas por el Gobierno que lo sucedió.
    “¿Qué le diría a Donald Trump, precandidato del Partido Republicano a la Presidencia de Estados Unidos?” Fue una de las preguntas que hizo el periodista Michael Reid. El ex Mandatario mexicano más controvertido de la Historia contemporánea achicó los ojos. Se hizo el silencio.
    Y luego, dio su respuesta como si siguiera el formato de su propio guión:
    –Señor, ¿tiene usted un mínimo de decencia?” –dijo que le diría.