• La Verdad del Sureste |
  • Domingo 07 de Diciembre de 2025

CRÓNICAS DE LA INUNDACIÓN II

La visita

Publicado el:

Guillermo Méndez Marmol


Los niños de la escuelita improvisada en el albergue I del Templo de la Piedra Angular observaron un revuelo poco usual. (Foto: Joel Arias)
Los niños de la escuelita improvisada en el albergue I del Templo de la Piedra Angular observaron un revuelo poco usual. (Foto: Joel Arias)
Jueves 7 de octubre, 7:00 horas.

Los niños de la escuelita improvisada en el albergue I del Templo de la Piedra Angular observaron un revuelo poco usual. Muchas personas, hombres y mujeres, invadieron el lugar, algunos corrían, gritaban, daban órdenes, contraórdenes, chocaban entre sí acarreando cajas, mesas, sillas, pizarrones, computadoras. Otros limpiaban el lugar, las letrinas, el piso de tierra, recogían papeles, ponían botes para la basura. Por los altoparlantes daban indicaciones a las personas: “¡SU ATENCIÓN POR FAVOR!... ”. El día auguraba algo inusual, ¿bueno? ¿malo? No lo sabían, pero la inminencia de acontecimientos era indudable. ¡Además poco importa lo que suceda!, cuando las cosas malas, para la gente albergada,  ya han sucedido todas.

7:30 horas.

Los niños, confundidos pero divertidos, seguían el espectáculo que se desarrollaba ante ellos. Continuaban llegando extraños personajes ataviados con guayaberas blancas, pantalones negros, grandes aparatos de intercomunicación, cabello a rape, mirada torva y desconfiada, soberbios; con la soberbia de quien jamás ha tenido nada y cree tenerlo todo, mirando con desprecio y sospecha a todos quienes por azar o curiosidad se les aproximaban. Las mujeres, recién llegadas, corrían de un lado a otro, señoras vestidas elegantemente, con altas zapatillas descubiertas dejando ver en sus inmaculados pies manchas de lodo profano: Eran las damas voluntarias.El albergue se llenó de gritos, desorden, y de gente, mucha gente, que a juzgar por sus atuendos, no tenía idea de las condiciones del lugar. Zapatos, pantalones y camisas de una calidad no acostumbrada en esos andurriales. Mejillas sonrosadas por el esfuerzo de la caminata en terreno disparejo y lodoso, algunas de esas agitadas personalidades, por primera vez en sus vidas tenían un encuentro cercano, muy cercano, con la realidad del estado. Padecían incrédulos su primer encuentro con la realidad, con personas ataviadas con ropajes de forma y marca indefinida, cabezas piojosas, pies infectados de hongos, rostros y cuerpos prietos sol y suciedad, olores a gente hacinada y a letrina. Estaban descubriendo un nuevo mundo. Tal vez, supongo, Colón sufrió una sorpresa similar cuando ante sus ojos aparecieron los nativos de Guanahaní (hoy San Salvador) un 12 de octubre de tan funestas consecuencias, me imagino sus ojos (los de Colón) como platos, la boca formando una “O” de sorpresa y la mano derecha en acción santiguatoria. Justo así me imagino la cara de los politiquillos, anteriormente mencionados.Mientras, un servidor, hacia estas divagaciones literarias, el movimiento continuaba con mayor frenesí en la medida que el tiempo avanzaba.

7:45 horas.

De pronto llegó, con un rechinar de llantas, una camioneta con redilas, cargada de mobiliario escolar. Los niños del albergue pudieron ver como muchos hombres bajaban del vehículo: pupitres nuevecitos (algunos aún con el plástico y el polvo de años de añejamiento en bodega), libros de texto (añejados también), pintarrones, escritorios para maestros, proyectores, plumones, lapiceros de diversos colores, lápices con agudísima punta, láminas educativas de vivos colores y atractivos esquemas, carteles alusivos a la “buena alimentación”, a la “equidad de género”, “ver bien para aprender mejor”, a “SEPa inglés”, grabadoras, computadoras. El asombro iba en aumento, los hombres acomodaron todo el material en lugares que unos momentos antes se habían acondicionado para el efecto. A saber: un espacio pequeño para los infantes de preescolar, otro mayor para los seis grados de primaria y un área más para los jóvenes de secundaria. Los niños comentaban excitados entre sí: “ni en la escuela tenemos tantas cosas”, “qué bueno que ahora si tendremos libros”, “¿para qué servirá ese pizarrón blanco? o “¡en la madre! ¿Esto será cierto? Y algunas otras exclamaciones de asombro que no pueden ser replicadas en esta crónica, pero podemos suponerlas.

8:15 horas.

Todos los niños en edad escolar se encontraban instalados en un pupitre nuevo cada uno. Con material particular que uno de los hombres malencarados de guayabera blanca les había repartido. La mayoría de ellos curioseaba su material con gusto y sorpresa, otros sorprendidos, también, tristeando suponian que “ahora si tendremos clase, ¡qué joder!”. Entonces, al filo de las ocho y quince, hicieron su entrada triunfal los maestros, uno para cada grado, bien vestiditos y con gran disposición. La primera indicación fue: ¡Chamacos, saquen sus libros de español!, ¡ábranlos en la página 46!, los niños, prestos, cumplían la orden, cuando un hombre de cabello entrecano, guayabera rosa y un enorme radio intercomunicador, paso corriendo a través de las filas de pupitres y repitiendo en voz alta: ¡Escuchen, su atención por favor maestros! ¡usen los libros pero no los rayen!, ¡atención, nooo looos rayen!. Un pequeño de cuarto grado preguntó con inocencia a su maestra: “Maestra cuándo veamos la televisión ¿la podremos prender?” esta prefirió permanecer callada ante tal cuestión, no por prudencia, si no por desconocer la respuesta. Los maestros, entonces, repitieron la orden y se propusieron a iniciar los trabajos.

9:00 horas.

El albergue se llenó de soldados, más de los que normalmente están en el lugar, pero estos eran diferentes. Eran más serios, más altos, más prietos, miraban hacia todos lados, con uniformes diferentes, tal vez más verdes y además estos no enamoraban a las muchachas. Llegó más gente, los adultos albergados comentaban entre sí: “mira, ahí está fulano” o “Aquel chelo es zutano”, los niños solo miraban azorados a los visitantes y los maestros luchaban infructuosamente por mantener la atención de los alumnos. Pero como sabemos que la atención es mucho más volátil que el éter, podemos suponer que los aconteceres externos pudieron más que los esfuerzos de los docentes por cautivar la atención de los chicos.

9:10 horas.

El sonido de un helicóptero irrumpió en el, ya de por sí, alborotado albergue, el sonido se aumentó de intensidad rápidamente hasta hacerse casi insoportable. Los maestros suspendieron su labor infructuosa y decidieron integrarse a los espectadores del aterrizaje del ruidoso aparato volador. Todos, hasta las damas voluntarias, con sus pies llenos de lodo y los politiquillos, sudados en cuellos y axilas, caminaron hacia el área destinada para el aterrizaje. Las personas albergadas lo hicieron por la curiosidad de saber quiénes bajarían del aparato. Algunos decían “Es el chelo”, otros “debe ser el presidente” ¿el municipal? Pregunto alguien y la ruda respuesta fue “¡no pendejo! Es el de la República, Chucho Alí no tiene en que caerse muerto”.

9:15 horas.

Del helicóptero bajaron varias personas, muy bien vestidas todas. Encabezando, por supuesto, el gobernador del estado, con él bajaron además su esposa; también la Secretaria de Educación y una señora delgada, de cabello lacio, largo hasta los hombros y casi sin maquillaje a la que todos trataban con amabilidad servil.Los niños conocían a algunos, pero no a todos. La gente se acercó a los recién llegados. Los hombres de guayabera evitaban el contacto con los habitantes del albergue. Los politiquillos, de cuello y axilas sudadas, se integraron inmediatamente al besa manos de rigor, así como las damas voluntarias con los pies enlodados se aprestaron a realizar la misma actividad. Todos sonreían y se miraban retadoramente, como diciéndose por vía telepática: “miren, yo le besé la mano primero al chelo y a la señora, ¡ja ja ja!, y el otro con una sonrisa socarrona le respondía por la misma vía: “¡el que besa al último besa mejor!.

9:30 horas.

La larga comitiva de personalidades de la política nacional, estatal, municipal y uno que otro delegado municipal, caminaron como hermanos, entre las manos de la muchedumbre, anhelantes de tocarlos, incluyendo a los ya mencionados ganagracias sudados, las damas voluntarias enlodadas, los albergados y algún zalamero llegado accidentalmente al evento. Todos querían verlos y fotografiarse con ellos. Los maestros al fin desistieron de sus intentos educativos para dejarse llevar por el frenesí de la multitud.

9:35 horas.

La algarabía llegó a su punto climático cuando los visitantes aéreos recorrieron las instalaciones del albergue debidamente acondicionadas para el efecto. El rostro de Margarita Zavala hervía de júbilo por saber que los niños tabasqueños y sus familias, vivían en condiciones inmejorables, por supuesto dadas las tristes circunstancias, y lo demostraba magnánimamente estrechando una mano por aquí, otra mano por allá, uno que otro beso a un niño o niña que los brazos fraternos acercaban a su rostro. Los políticos tabasqueños henchidos de orgullo patriótico y fervor por su Tabasco, asentían con fuerza pendulando sus cabezas vigorosamente, atrás y adelante, manifestando de esa manera estar de acuerdo con las medidas de emergencia tomadas en los albergues. Se felicitaban entre sí, estrechaban sus manos y dábanse abrazos y palmadas de camaradería. Me recordaron esa escena de una película de Hollywood donde los ingenieros de la NASA logran destruir un gigantesco aerolito que tenía como destino nuestro planeta Tierra y que extinguiría a la raza humana y se abrazan y felicitan efusivamente, sin que hubieran tenido mérito alguno en la empresa.

9:40 horas.

La comitiva llega a la escuelita, hermosamente decorada, voltean a ver a los niños, los niños los miran a ellos, las limpias manos de los visitantes pellizcan algunas mejillas. No los besan por previa advertencia de plaga de piojos en los niños. Comentan entre ellos sobre las excelentes condiciones de las escuelas en los albergues, se despiden, dan las gracias y reanudan su periplo.

9:45 horas.

Los visitantes regresan apresuradamente al helicóptero. Los políticos de cuellos y axilas sudadas y las damas voluntarias de pies con lodo siguen a la comitiva, tratando de no quedarse atrás. Abordan el aparato, cierran la escotilla de abordaje, se escucha aumentar la potencia del rotor, despegan suavemente y se van…
9:50 horas.

Al alcanzar, aproximadamente, los cincuenta metros de altitud en el cielo, acá en la tierra, de nuevo los hombres malencarados de los que ya habíamos comentado, recogen los muebles, materiales y equipamiento, los suben raudos a los vehículos de transporte y también se van…

10:00 horas.

Ahora hay silencio, sorpresa, mucho tema de plática y de nuevo desolación. El mundo ha regresado a la normalidad. Y como dijo Joan Manuel Serrat: “La zorra pobre al corral, la zorra rica al rosal y el avaro a las divisas.”

*Seudónimo del colaborador debidamente acreditado.