• La Verdad del Sureste |
  • Lunes 08 de Diciembre de 2025

DERECHO A LA MUERTE O A OBTENER LA MUERTE

Publicado el:

Agenor González Valencia


La muerte de cualquier persona amada es una experiencia traumática. (Foto: Joel Arias) La muerte de cualquier persona amada es una experiencia traumática. (Foto: Joel Arias)
La muerte de cualquier persona amada es una experiencia traumática. Si es repentina, el impacto es devastador y no hay ya decisiones médicas que tomar y la familia enfrenta sola el duelo. Pero si la muerte sobreviene tras un proceso lento o relativamente lento de deterioro o si es producto de una enfermedad terminal o de la vejez la estructura hospitalaria acapara invariablemente al enfermo antes de que llegue y su familia debe disponerse a vivir largas horas de angustia y largas horas de espera y de incertidumbre teniendo escasa o ninguna injerencia en lo que está ocurriendo con la persona moribunda.1
         Laborando ciegamente y de buena intención bajo el juramento hipocrático de conservar la vida a toda costa, médicos y enfermeras monopolizan la autoridad sobre el paciente en cuanto se hacen cargo de él; determinan unilateralmente las medicinas y tratamientos que se le aplicarán y, para efectos prácticos, lo marginan junto con su familia de las decisiones de las que depende si vive o muere, cómo va a vivir el poco tiempo que le resta de vida y donde morirá, que si no ocurre un verdadero milagro y algunos dirían que si bien le va, será en una sala de cuidados intensivos y conectado a algún tubo indiferente.2
         El proceso terminal de un anciano o una anciana tiene implicaciones adicionales. Para estos seres humanos ya no existe futuro. La muerte sólo puede ser ahuyentada unos cuántos días o si acaso unos cuantos meses; ahuyentarla significa, además y por lo general, tanques de oxígeno y análisis constantes sin otra finalidad que la de proporcionar información que a la luz del  desenlace acaba resultando inútil. Todo con miras a proporcionarle al anciano o a la anciana la promesa de una seudoexistencia cuyas condiciones atentan contra la más elemental dignidad humana3.
        Por eso, el Derecho a la muerte o a obtener la muerte, provoca un debate similar al del aborto, ya que en nuestro país en torno al derecho de los seres humanos a elegir entre prolongar o no prolongar la propia vida cuando ya no hay esperanza; cuando hay demasiado sufrimiento; cuando se han cumplido con creces las demandas del propio destino, no se ha legislado todavía.
        Es evidente que un debate al respecto ocasionaría reacciones aún más violentas que las ocasionadas por el tema del aborto. Pero podría introducirse con campañas informativas que hablaran por ejemplo, de las modificaciones que ha sufrido, al paso del tiempo, el viejo juramento hipocrático; en mayo de 1995 la asamblea legislativa del territorio del norte de Australia aprobó una ley legalizando la eutanasia voluntaria y en 1994 el estado de Oregón (EU) votó a favor de que los médicos tuvieran autorización para prescribir a los enfermos incurables que lo requirieran drogas que le ocasionaran una muerte apacible.4
         Es indudable que se trata de un tema muy delicado que toca fibras demasiado sensibles y atavismos religiosos demasiado arraigados; que se presta a interpretaciones prejuiciosas que conviene tocar con delicadeza y discreción. Pero es también un tema que es imperativo abordar pues incide en la experiencia cumbre de cualquier ser humano que es la propia muerte y es preciso proporcionarle la atmósfera, condiciones y contexto propicios para que pueda ser vivida con dignidad y  sacralidad que merece.5

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