En los últimos meses, México ha sido testigo de una ofensiva orquestada que busca, de manera deliberada y artificial, sembrar el caos y la ingobernabilidad en el país. No se trata de un descontento espontáneo ni de problemas orgánicos del día a día, sino de una estrategia calculada para erosionar la legitimidad del gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo.
Esta maniobra, impulsada por fuerzas internas recalcitrantes y externas favorables en el retroceso progresista, evoca los peores capítulos de la historia latinoamericana: intentos de derrocar gobiernos soberanos para reinstaurar un modelo de privilegios, corrupción y sumisión a agendas foráneas.
El avance de la derecha en países sudamericanos, como el retorno de figuras conservadoras en Bolivia y los ecos de ultraderecha en Brasil y Argentina, no es casualidad; es un patrón regional que ahora se replica en México, con el objetivo de frenar la Cuarta Transformación y revertir las conquistas sociales del pueblo.
Esta operación no es improvisada. Sigue al pie de la letra los manuales de desestabilización elaborados por agencias estadounidenses, como los descritos por el politólogo Gene Sharp en su doctrina de "golpes de Estado blandos". Sharp, a través de la Institución Albert Einstein, detalla un playbook de cinco fases que hemos visto desplegarse con precisión quirúrgica en nuestro territorio.
La primera fase, la creación de un clima de malestar, se materializó con una avalancha de denuncias selectivas sobre corrupción y violencia, amplificadas por medios opositores y redes sociales financiadas por intereses privados.
En México, esto se tradujo en campañas que exageran la inseguridad —a pesar de los avances en la Guardia Nacional y la reducción de homicidios en regiones clave— para pintar un panorama de colapso estatal.
No es coincidencia que, justo cuando Sheinbaum consolida programas como la Pensión para Adultos Mayores o el fortalecimiento del IMSS-Bienestar, surjan narrativas de "impunidad total" que ignoran los decomisos récord de fentanilo y la detención de capos.
La segunda fase, la defensa hipócrita de la "libertad de prensa" y los "derechos humanos", ha sido evidente en las críticas al Poder Judicial reformado. Opositores como el expresidente Ernesto Zedillo han calificado la elección popular de jueces como un "golpe de Estado disfrazado de legalidad", mientras que figuras como Lilly Téllez o Xóchitl Gálvez agitan el espectro de un "totalitarismo" que, en realidad, es la democratización de instituciones capturadas por élites durante décadas.
Estas voces, aliadas con la derecha sudamericana —piénsese en el apoyo de Eduardo Bolsonaro o Javier Negre a redes digitales como La Derecha Diario—, promueven una visión donde cualquier avance contra la impunidad es visto como autoritarismo.
En Sudamérica, este guion ya derrocó a líderes como Pedro Castillo en Perú, un caso que Sheinbaum ha denunciado públicamente como golpe de Estado, reafirmando la solidaridad mexicana con la soberanía regional.
Avanzando a la tercera y cuarta fases, hemos presenciado protestas "espontáneas" que escalan a la violencia, como la marcha de la supuesta "Generación Z" el 15 de noviembre de 2025, con su simbología de banderas piratas y consignas contra la "impunidad".
Aunque muchos jóvenes expresan legítimas demandas de seguridad y oportunidades, el movimiento ha sido infiltrado y financiado por sectores conservadores: magnates como Ricardo Salinas Pliego, quien cedió espacios en sus medios para amplificar el descontento, y robots que inflan la narrativa de un "hartazgo generacional".
Sheinbaum lo ha señalado con claridad: "Es un impulso promovido incluso desde el extranjero, en contra del gobierno".
Estas movilizaciones no buscan soluciones, sino generan un clima de ingobernabilidad, con bloqueos, detenciones y choques que afectan la economía y la movilidad, todo para justificar la quinta fase: la renuncia forzada o una intervención encubierta.
Detrás de esta maquinaria están los sectores más recalcitrantes de la oposición mexicana —aquellos que añoran los negocios turbios del pasado, la exención fiscal para los grandes corporativos y la corrupción sistémica que permitía a políticos y empresarios saquear al erario sin consecuencias—.
Aliados con la derecha sudamericana resurgida, como el mileísmo en Argentina o los bolsonaristas en Brasil, forman una red transnacional que utiliza fake news, influencers y hasta inteligencia artificial para desinformar.
En X (antes Twitter), por ejemplo, se han viralizado videos falsos de "asesores nepaleses" apoyando protestas en México, o hilos que ligan a Sheinbaum con "narcos" sin una sola prueba.
MAREA ROSA Y MAREA NEGRA
Esta guerra híbrida no es nueva: durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador, ya se intentó con la "Marea Rosa" y campañas de desprestigio; Ahora, con Sheinbaum, se intensifica ante el temor a que México lidere un bloque progresista en América Latina, junto a Lula en Brasil o Petro en Colombia.
Pero el pueblo de México no es ingenuo. La aprobación de Sheinbaum, aunque golpeada por esta ofensiva mediática, refleja una base sólida de 30 millones de votantes que eligieron la transformación.
En su discurso del 20 de noviembre, evocando la Revolución Mexicana, la presidenta rechazó categóricamente cualquier intervención extranjera: "El que convoca a la violencia se equivoca; el que cree que aliándose con el exterior tendrá fuerza, se equivoca".
Y tiene razón. México no es Venezuela ni Bolivia de 2019; es un país soberano que ha resistido embates similares, desde el fraude de 2006 hasta las presiones del T-MEC.
La respuesta no está en la represión, sino en el diálogo institucional, el fortalecimiento de la economía popular y la exposición implacable de estas tramas.
Hoy, más que nunca, urge la unidad del movimiento transformador. Los manuales de golpes blandos fallan cuando el pueblo se organiza, como lo hizo en las urnas de 2024. La derecha, con su nostalgia por los privilegios, subestima la resiliencia mexicana.
Sheinbaum no es una figura decorativa: es la primera presidenta mujer, una científica que prioriza la evidencia sobre la propaganda, y un líder que defiende la soberanía frente a los vendepatrias.
Si el avance de la derecha en Sudamérica es una advertencia, también es una lección: los pueblos que despiertan no se dejan derrocar dos veces. México, con su historia de revoluciones y resistencias, está listo para defender su futuro. La ingobernabilidad que planean solo existe en sus sueños; en la realidad, la Cuarta Transformación avanza, imparable.
