Hace unas semanas, en esta misma columna, advertimos que hay una inflación silenciosa que no se mide en el INEGI: la que ocurre cuando el campo deja de sembrar. Hoy, esa advertencia toma forma en las carreteras. Productores de maíz, principalmente del norte del país, han salido a manifestarse. Bloquean accesos, detienen camiones, exigen algo que parece obvio, pero que cada vez se vuelve más lejano: un precio justo por su cosecha. No piden subsidios ni favores. Piden que el precio al que venden alcance, al menos, para volver a sembrar.
Y tú podrías pensar: ¿Y a mí qué?
El campo no es un paisaje: es tu mesa. Si el campo se detiene, no se detiene solo el campesino: se detiene también el plato que llega a tu casa, el taco que te acompaña cada noche, el kilo de tortilla que aún te parece barato. Lo que está ocurriendo con el maíz no es un asunto del norte ni del sur: es nacional, porque el maíz está en nuestro ADN cultural y en nuestra cadena alimentaria. El problema no es nuevo, pero se ha agudizado: el precio internacional cayó, el dólar bajó, y los productores enfrentan costos de producción que superan el valor de venta. Así, sembrar se vuelve un acto de pérdida, no de ganancia.
¿Qué hace el gobierno? ¿Y la SADER?
Desde la Secretaría de Agricultura se han impulsado programas que buscan estabilizar y apoyar el ingreso del pequeño productor. También se han desarrollado mecanismos de acopio, y se ha convocado a mesas de diálogo con la agroindustria para evitar abusos. Pero la realidad es que el sistema de comercialización sigue concentrado, y el poder de negociación del productor es mínimo frente a las grandes cadenas. La SADER ha hecho esfuerzos, sí, pero el campo necesita más que programas de apoyo, requiere una política de Estado, con reglas claras, inversión estructural, acompañamiento técnico, y una narrativa nacional que lo ponga en el centro de nuestras prioridades. Porque sin campo, no hay país que aguante.
¿Y nosotros qué?
No se trata de ir a sembrar. Pero sí de comprender, exigir y participar. Comprender que el kilo de tortilla no se abarató por magia, y que si los productores quiebran, el efecto llegará tarde o temprano al supermercado. Exigir que se regulen prácticas de abuso en la cadena de valor. Aunque ya existen leyes que regulan el campo y la producción agrícola, ninguna a nivel federal centra su atención en el punto “¿cómo el productor llega al consumidor sin que los intermediarios se queden con la mayor parte de la ganancia?”. Por ello, se abre la oportunidad para una nueva ley que aborde este eslabón: una “Ley de Comercialización Agroalimentaria” que cierre el vacío regulatorio y estructure mecanismos de distribución más justos. Tambien debemos participar desde el consumo: preguntarte de dónde viene lo que comes, apoyar lo local cuando sea posible, y no normalizar que quien alimenta al país viva endeudado o marginado. Hoy el campo está hablando. No con discursos, sino con bloqueos. Escucharlo no es solidaridad: es supervivencia.
¿Y tú qué opinas? ¿Te ha tocado pagar más por la tortilla, el huevo, la leche? ¿Sabías que el precio del maíz es uno de los factores que puede disparar todos los demás? Nos leemos el próximo viernes.
