• La Verdad del Sureste |
  • Viernes 12 de Diciembre de 2025

¿Y a mí qué?

No es solo cuánto ganas, sino cuánto pierdes cada día para poder ganarlo.

Publicado el:

Francisco Enrique Pérez Hernández


Llegas a la quincena con esa sensación sutil de inquietud, contando pesos como si fueran decisiones de vida. Haces cuentas en silencio mientras preparas la comida o pagas la luz: “¿Me va a alcanzar?” Esa pregunta, más que económica, es existencial. No es solo dinero, es cómo se vive con ese dinero. Esta semana se confirmó que el salario mínimo en México aumentará 13% a partir del 1 de enero de 2026, pasando de alrededor de 278.80 pesos diarios a 315.04 pesos diarios en gran parte del país y también un incremento regional del 5% en la frontera norte.

Esa cifra es más que un dato: es un reflejo de cómo se reconoce el valor del trabajo más básico. Pero entonces surge la pregunta que nos convoca: ¿y a mí qué? ¿Cómo me toca este aumento en mi día a día?

Lo bueno es que, para quienes ganan el salario mínimo, ese 13% representa más ingresos en la mano cada mes, un alivio tangible para pagar la despensa, los servicios o el transporte sin sentir que cada peso se evapora antes de llegar a la cartera. Es también una señal de que la política salarial sigue intentando acercar el ingreso base a las necesidades reales de las familias. Además, al subir el mínimo, se fortalecen ciertas prestaciones vinculadas a la cotización laboral, lo que puede mejorar el acceso a seguridad social cuando el empleo es formal.

Pero también hay aspectos que no se pueden soslayar. Un aumento del salario mínimo no garantiza que todos los empleadores ajusten su estructura salarial de la misma forma, especialmente en sectores informales o en negocios pequeños donde los contratos no son claros. Para quienes ya ganan más que el mínimo, este ajuste puede sentirse distante, como algo que no toca directamente su quincena. Y aunque más ingreso ayuda, el aumento no por sí solo hace que la vivienda, el transporte o los servicios se vuelvan más baratos; esos gastos siguen en el día a día y muchas veces crecen más rápido que los ingresos.

Hay además un riesgo que conviene señalar sin alarmismos, pero con honestidad: si los aumentos salariales no van acompañados de incrementos proporcionales en productividad y oportunidades formales, algunos empleadores podrían enfrentar tensiones para cubrir costos, lo que podría influir en la creación de empleo formal. Esto no significa que el aumento sea negativo, sino que su implementación tiene efectos complejos y no uniformes.

Este incremento también abre una reflexión importante: muchas veces, la forma en que sentimos los cambios depende más de cómo percibimos el bolsillo y la dignidad del trabajo que de los números mismos. Tener un poco más puede ser un alivio real, pero si al cerrar los ojos por la noche sigues pensando en cómo llegarás a fin de mes, esa sensación puede eclipsar cualquier cifra. La mente humana no solo evalúa cifras, evalúa seguridad, bienestar y perspectivas, y es ahí donde radica la complejidad de este tipo de decisiones económicas.

Lo bueno de este aumento es que existe y está destinado a mejorar el ingreso mínimo de millones de trabajadores. Lo malo es que no es una garantía automática de bienestar general. No cambia estructuralmente factores como el costo de la vida, la informalidad laboral o la volatilidad de precios de bienes esenciales.

Y lo que viene es una invitación a reflexionar juntos: no se trata de celebrar un porcentaje ni de criticar a alguien. Se trata de pensar si este aumento se traduce en vida cotidiana con menos ansiedad, en decisiones familiares con menos angustia y en tiempo para vivir, no solo para trabajar.

Aquí termina el texto, pero empieza tu conciencia.